"Cuando el alma se viste de gris: Comprender y acompañar el Duelo"
- Psic Maria del Ángel Bazaldua

- 30 jul
- 2 Min. de lectura
El duelo es esa sombra que llega sin pedir permiso cuando perdemos algo que amamos. A veces es la muerte de un ser querido o una mascota, otras, el fin de una relación, un cambio de vida abrupto o incluso la pérdida de una ilusión. No es una enfermedad ni algo que debamos “curar”: es una respuesta profundamente humana al vacío que deja lo que ya no está.

Al comienzo, la mente se protege, cuesta creer lo que ha pasado. Hay una especie de niebla, como si todo fuera un mal sueño del que en cualquier momento vamos a despertar. Es la negación, un primer escudo emocional que nos ayuda a amortiguar el golpe.
Pero cuando la realidad se impone, el dolor se transforma. Puede aparecer como enojo: hacia el destino, hacia los demás, incluso hacia uno mismo. Preguntas sin respuesta se repiten como eco: ¿por qué a mí?, ¿por qué ahora? Esa rabia no es mala, es parte del proceso de asimilar lo incomprensible.

Después, la mente busca soluciones imposibles: aparece la negociación, ese intento silencioso por encontrar una forma de revertir lo irreversible. “Si tan solo hubiera hecho algo diferente”, “si pudiera retroceder el tiempo…”. Es una etapa de preguntas y deseos que nos conectan con el dolor.
Más tarde, llega el peso real de la ausencia: una tristeza profunda, que a veces se confunde con depresión. Es el momento más silencioso, donde parece que el mundo sigue girando mientras el nuestro se detiene. Aunque difícil, esta etapa es también una señal de que estamos procesando, enfrentando el dolor con honestidad.

Y poco a poco, sin que lo notemos del todo, empieza a surgir algo nuevo. No es que el dolor desaparezca, pero deja de doler igual. Aprendemos a vivir con la ausencia, a recordarla sin que cada recuerdo duela tanto. Es la aceptación: no significa olvido ni “superación”, sino hacer espacio para seguir adelante, con la pérdida como parte de nuestra historia.
Caminos para sanar
El duelo no tiene tiempos ni formas correctas. Lo más importante es permitirte sentir, sin juzgar tus emociones. Buscar apoyo —ya sea en amigos, familia o profesionales— puede aliviar el camino. Honrar a quien o lo que perdiste a través de rituales, recuerdos o cartas también puede ser profundamente sanador.
Cuidar tu cuerpo, descansar, comer y avanzar con suavidad ayuda a sostener el alma cuando parece que no puede más. Y sobre todo, ten paciencia.
Sanar no es olvidar, es aprender a vivir con una nueva forma de amor: una que existe incluso en la ausencia.

Si te encuentras atravesando alguna situación similar, también puedes empezar por leer alguno de los siguientes libros, te podrás sentir más acompañado en el camino:
"La ridícula idea de no volver a verte" – Rosa Monter
"Sobre el duelo y el dolor" – Elisabeth Kübler-Ross & David Kessler
"Decir adiós, decirse adiós" – Nancy O'Connor




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