Pantallas en la primera infancia: lo que debemos saber y cómo actuar.
- Psic. Katharina Schieb

- hace 1 minuto
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Hoy las pantallas están en todas partes: en casa, en la mesa, en la bolsa, en la mano. Cada vez vemos a niños más pequeños interactuar con celulares y tabletas incluso antes de aprender a hablar. Esto no ocurre por descuido, sino porque vivimos en un mundo acelerado y a veces, necesitamos un momento para respirar. Sin embargo, es importante hablar del impacto de las pantallas en la primera infancia desde la información, no desde la culpa.

Durante los primeros años de vida, el cerebro infantil se desarrolla a través de experiencias reales: el juego, el movimiento, el contacto, la exploración del entorno y la interacción humana. Cuando el uso de pantallas es frecuente o prolongado, el cerebro recibe un flujo de estímulos rápidos y artificiales que aún no está preparado para procesar. Diversos estudios han relacionado el uso excesivo de pantallas en edades tempranas con retraso en el lenguaje, dificultades en la regulación emocional, problemas de sueño, menor tolerancia a la frustración, disminución de la atención y reducción del juego libre, fundamental para el desarrollo cognitivo.

Esto no significa que las pantallas sean “malas”, sino que deben utilizarse con límites claros, acompañamiento adulto y un propósito definido. El contenido “educativo” por sí solo no garantiza aprendizaje. Los niños no aprenden por simple exposición, sino a través del vínculo, la interacción, la experiencia sensorial y el juego significativo.
La buena noticia es que nunca es tarde para hacer cambios. Pequeñas acciones sostenidas generan grandes impactos en el desarrollo infantil.

¿Qué podemos hacer desde casa?
Establecer rituales sin pantalla: durante las comidas, el baño, los momentos de juego y antes de dormir.
Crear zonas libres de dispositivos dentro del hogar, como el comedor y las habitaciones.
Ofrecer alternativas atractivas: libros, bloques, rompecabezas, plastilina, muñecos, pelotas y materiales de arte.
Programar tiempos diarios de juego activo y al aire libre. El movimiento es clave para el desarrollo neurológico y emocional.
Permitir el aburrimiento. Cuando un niño dice “no tengo nada que hacer”, está a punto de activar su creatividad.
Modelar con el ejemplo: reducir también el uso del celular frente a los niños.
Mantener rutinas predecibles, especialmente antes de dormir, para mejorar la higiene del sueño.
Si se utilizan pantallas, que sea por tiempos cortos, con contenido adecuado a la edad y siempre acompañados de un adulto que explique, converse y haga preguntas.
Enseñar transiciones suaves: avisar antes de apagar el dispositivo (“cuando termine este video lo vamos a guardar”).
Priorizar momentos de conexión diaria: leer juntos, platicar, cantar, abrazar, caminar, observar la naturaleza.

La presencia regula, da seguridad y fortalece el vínculo. Mientras la pantalla sobre estimula, la relación humana organiza las emociones y favorece el desarrollo de habilidades sociales y cognitivas.
No se trata de prohibir, sino de acompañar con consciencia. La tecnología puede ser una herramienta en el futuro, pero en los primeros años el verdadero aprendizaje sucede en el mundo real, con personas reales.




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